Me despertó la vida con su olor a mañana fresca de invierno. Con el cantar de los ruiseñores y los dulces besos que me da encamada sobre la espalda.
No fui más un espejismo. Me hice real al salir de las cobijas. La angustia no tuvo forma de devorarme y la juventud me aguantó bajo los ojos donde antes se hacían arrugas.
Los rizos regresaron del espacio. Fui fuerte y afronté las malas noticias. Me levanté de la cama y canté con mi buen amante. La vida me siguió mirando desde la esquina y me sedujo con un poco de azar. Rodamos por el piso de madera como niños, he hicimos el amor como bestias apoderadas del instinto.
Abrí los ojos y descubrí la imperfección de mis planes, los huecos en mis calcetines y las carencias de mi carácter. Real fue el único adjetivo que me dieron y con ellos me liberé de todo lo otro.
Canté y canté, lloré de alegría. Amaneció en medio de la oscuridad y cuando todo fue comprendido por mí, desaparecí y continué aquí.