La Brasileña

Otoño… has venido a traer atardeceres de colores y cielos altos.
Con tu llegada, también ha venido la caída del follaje
que ahora adorna todo el asfalto de mi calle.
Del clóset comienzan a asomarse las chaquetas y los sacos,
en algunos bolsillo me sorprendo cuando encuentro recuerdos de tiempos mejores;
de tórridos inviernos y rastros de olores que me recuerdan tu partida.
Salí a caminar como cuando era pequeña.
Sabía de memoria las calles,
pero igual iba lento para que no te cansaras al andar.
Tu mano a pesar de la edad continuaba tersa,
y si me cansaba de mirar la profundidad del cielo,
siempre podía voltear a mirar tus zapatos
y eso me hacía sentir que la tierra tenía sentido.
Ese tiempo junto a ti me enseñó a no tener miedo a lo desconocido.
Incluso el día que te fuiste
sentía la calma que te elevó a otras vidas acompañada de gaviotas.
Conservé gran parte de tus posesiones
con la idea de usarlas cuando te extrañara.
El perfume que usaste toda la vida
seguía impregnado en el cofre
y en cada uno de mis memorias.
Me hice esta mujer gracias a tus valores, a tu valentía…
una mujer que lo dejó todo en esa patria brasileña,
incluyendo ese título universitario
porque creyó que su lugar era aquí…
Salí a dar la vuelta y de pasó me compre un frapuchino
en el lugar que solíamos visitar.
Al contacto con ese sabor de canela y helado
te encontré mirándome con ternura…
Te dije al oído que te amaba
y aunque seguido de eso sentí tristeza
porque ya no te encuentras entre nosotros;
me sentí feliz de haber tenido la oportunidad de conocerte,
de seguirte amando aún cuando no pueda tocarte.